Hace años, no tantos, los niños salían a jugar a la calle. A veces, sin la supervisión del adulto. Jugabas en el parque con tus amigos y subías a casa a la hora que te indicaban tus padres. La frase “voy a picar a Luis a su casa” o “me voy a jugar a la calle” eran habituales y se veían normales incluso en los niños que vivían en grandes ciudades.
Poco a poco, el paso de una generación a otra ha hecho desaparecer esa costumbre. El juego de los pequeños se ha vuelto más individual e incluso, las relaciones entre los vecinos más distantes.
Antiguamente, en un bloque de viviendas, se dejaban las puertas abiertas y los vecinos se conocían y se prestaban ayuda. También en la crianza de los hijos. Actualmente, el ritmo de vida es más rápido. Padre y madre trabajan y cuando llegan a casa, no hay tiempo para socializar.
Sin embargo, el confinamiento de 2020 ha hecho que pasemos más tiempo en casa y que, conozcamos a esos vecinos con los que sólo cruzábamos media palabra en el ascensor. Los aplausos en los balcones del año anterior también permitieron mirar hacia nuestros vecinos, detenernos a ver quien vive dentro de esas casas.
A raíz de ahí, de esa mirada más atenta y amable hacia el vecindario, muchos vecinos vuelven a reivindicar la importancia de la comunidad. Muchas calles de Barcelona han ganado metros a los coches y se han vuelto peatonales. El aumento de accesibilidad a través de una movilidad segura y la creación de zonas donde compartir ocio favorece que podamos pasar más tiempo de ocio en nuestro propio barrio.
Hacer vida de barrio en la ciudad
Las tradiciones de cada barrio vuelven a coger protagonismo, las asociaciones de vecinos esperan en muchos barrios que la pandemia de tregua para volver a reunirse, a celebrar y a festejar. Y es que, el ser humano no podría vivir sin relacionarse con otras personas, puesto que somos “seres sociales”. Por tanto, la importancia de “pertenecer” a un grupo, en este caso secundario como es el vecindario es muy enriquecedor y aporta aspectos muy positivos como la sensación de pertenecer a un grupo, la ayuda en la propia comunidad mejora la sensación de sentirse acompañado y brinda una red de apoyo mutua fundamental en cualquier etapa de la vida.
Además, en ciudades grandes que a veces pueden resultar muy solitarias, hacer “vida de barrio” permite conocer al vecindario y aumentar así las relaciones interpersonales estableciendo nuevos vínculos. Qué duda cabe de los beneficios que esto supone para la calidad de vida de las personas.
Tengo más de 15 años de experiencia en el tratamiento de niños, adolescentes y adultos. Mi orientación es cognitivo conductual y puedes encontrarme en Barcelona o mediante consultas on line.
Psicòloga i psicopedagoga
Laura Cerdán
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