Cuando hablamos del síndrome de “burnout” (o quemado) automáticamente lo asociamos al trabajo. Eso es acertado ya que la propia definición nos remite a ese ámbito: Burnout: Un síndrome resultante del estrés crónico laboral que conlleva una pérdida progresiva del idealismo, la energía y la motivación”

El burnout presenta tres ejes (Maslach & Jackson) 

  1. Agotamiento Emocional Cansancio. Fatiga física, psíquica o ambas. Sensación de no poder dar más de sí mismo.
  2. Despersonalización Actitudes y respuestas negativas, distantes y frías hacia otras personas. Irritabilidad. Pérdida de motivación. Cinismo. Ironía. Evitación de las relaciones inter-personales.
  3. Sentimiento de logro nulo Sensación de no tener resultados. Desilusión. Fracaso al intentar darle un sentido al trabajo. Sentimiento de falta de expectativas y horizontes. Demandas que exceden la capacidad para atenderlas.

El aspecto clave aquí es esta noción de “cronicidad”, y se refiere a que el estrés no se extingue sino que se mantiene en niveles elevados por diferentes razones. No se da una recuperación o un descanso apropiado, no hay una desconexión genuina de las preocupaciones, no hay un correcto balance entre las actividades placenteras, motivantes o energizantes y aquellas que generan ansiedad, inseguridad, temor, incertidumbre o se perciben como una amenaza al bienestar. 

Para peor, la experiencia de una amenaza puede ser real o imaginaria.

¿Qué significa esto de una amenaza imaginaria?

Que el tipo de cosas que yo pienso y siento acerca de mis propias vivencias las convierten en una experiencia incierta, estresante, atemorizante o amenazante.

Son elaboraciones, rumiaciones, recuerdos de situaciones negativas, resentimientos, melancolía o apego al placer pasado, idealizaciones de un futuro mejor pero diferente a este presente, proyecciones, deseo obsesivo de lograr algo en el futuro, ambiciones desproporcionadas, diálogos mentales asociados a creencias limitantes y miedos, fantasías y un largo etcétera.        

¿Y por qué dedicarnos a hablar de “cosas imaginarias”?

Porque en el estrés crónico la propia mente juega un rol fundamental elaborando, exagerando e incluso creando experiencias de tensión y ansiedad. Permitiendo que pensamientos y sentimientos negativos e inconducentes colonicen progresivamente todo el espacio de vida de la persona.

Solo a título de ejemplo: Voy a viajar al exterior por trabajo y debo hacer una importante presentación en ingles ante ciertos directores importantes. Hasta aquí los hechos.

Cuando comienzo mi conversación mental privada en la semana anterior al viaje, los hechos se transforman peligrosamente en algo muy diferente:

  • “Si fracaso en esta reunión es el fin de mi posibilidad de promoción…”
  • “Y va a estar esa maldita Carmen que me odia y solo busca hundirme…”
  • “Con este acento horrible que tengo seré el hazmerreír de todos…”
  • “Realmente necesito un aumento para pagar ese colegio de los niños…” 
  • “El jet lag me afecta para mal y yo encima odio viajar en avión…”
  • “Como sea, seguro van a preferir a Carlos que es el favorito de Thomas…”
  • “Uff no hable con Alberto a ver si puede llevarme a los niños a fútbol…” 
  • “Tengo que hablar con José antes, seguro me preguntan por ese Proyecto Z”

Si, los entornos de trabajo son cada vez más cambiantes, exigentes, estresantes,  impredecibles, poco inspiradores y competitivos, y eso no es mental… Pero nosotros, lejos de apagar el incendio, dejamos que se extienda o hasta le agregamos a veces un poco de combustible… 

Mente y Entorno. Ambos son importantes y de alto impacto sobre el nivel de estrés. La diferencia radica en que no podemos controlar todas las variables del entorno pero sí podemos mejorar sustancialmente la manera en que gestionamos el estrés, nuestros propios pensamientos y nuestros sentimientos. Como decía el viejo marinero:

“No puedes controlar el viento, pero si puedes orientar las velas”  

El estrés como un fenómeno eventual, que se dispara y luego se extingue, es algo bastante común en nuestras vidas y en la de muchos otros organismos. Podemos manejarlo y hemos aprendido a hacerlo bastante bien tras siglos de evolución. Lo que sí nos debe preocupar es el efecto sinérgico y acumulativo de múltiples estresores sostenidos a lo largo del tiempo. Esto se vuelve disfuncional y peligroso para la salud de la mente y del cuerpo.

En este punto, ya podemos incluir los posibles estresores personales y extra-laborales como, por ejemplo, tener un familiar con una enfermedad crónica, padres mayores que requieren de cuidado y atención, un hijo con problemas de conducta en la escuela, fallecimiento de un amigo cercano, cambiar de residencia a otra ciudad, cultura e idioma, divorcio o separación, despido y desempleo, etc. 

Un apartado especial ocupan las “tecnologías invasivas”: el e-mail, el teléfono móvil, los portátiles y tablets, WhatsApp, Zoom y redes sociales que nos acompañan siempre en nuestras vacaciones, fines de semana, fuera de horario laboral, cumpleaños de hijos, velada romántica o paseo con el perro. Estas tecnologías nos mantienen conectados 24/7 al trabajo y a los problemas de toda la red social aunque nos encontremos en el medio del Amazonas. 

Otro lugar especial ocupa la televisión y los medios gráficos, poblados de noticias trágicas, escándalos políticos, injusticia, corrupción y violencia colectada desde todos los rincones del planeta (porque eso es lo que más se vende). Acerca de todo este caudal de noticias difícilmente tenemos alguna influencia o control personal. Esta enorme e innecesaria carga de información negativa solo aumenta nuestra preocupación, frustración e impotencia debido a que no podemos canalizar la energía negativa hacia ninguna acción transformadora o de mejora porque ocurre en dominios distantes y fuera de nuestro alcance practico.

Entonces estamos efectivamente híper-conectados ¿Pero a qué…?   

El último elemento que quiero mencionar como un contribuyente al estrés crónico es un trabajo sin significado. Dado que invertimos demasiadas horas de vida en nuestro trabajo dejando mucho de lado por él,  cuando no sentimos que contribuimos a algo importante o simplemente no nos hace felices ir a trabajar, es solo una cuestión de tiempo hasta que la crisis de sentido golpee nuestra puerta.   

Hemos listado hasta aquí algunos de los elementos básicos para crear la tormenta perfecta: estrés sostenido dentro el trabajo, estrés adicional fuera del trabajo, una mente inquieta, ambiciosa o ansiosa, descanso insuficiente, falta de tiempo personal, desbalance, constante sobrecarga de estímulos, exceso de información sobre la cual no tenemos control o influencia, tecnologías al servicio de la no-desconexión, acceso permanente e instantáneo a todos los problemas y desventuras de nuestras redes sociales, y, por último, falta de significado en lo que hacemos con el grueso de nuestro tiempo despiertos, es decir el trabajo.

La ansiedad, el burnout, la depresión o los ataques de pánico son los estadios finales. Son la manifestación más evidente de que toda una serie de estresores se han sumado y que no hubo entre medio una capacidad para prevenir o detectar y neutralizar el problema. 

Del mismo modo que un moderno departamento de bomberos dedica el 90% de su tiempo a la prevención y solo el 10% a apagar incendios, debemos re-pensar como trabajamos más en la prevención del estrés y en sostener el bienestar en lugar de solo prestarle atención a los casos que ya alcanzaron un deterioro de la salud mental y física.

Se puede trabajar proactivamente en crear las condiciones que impulsan la salud integral pero se necesita una serie de cambios en nuestro estilo de vida y, aún más importante, ser capaces de mantener esos cambios a lo largo del tiempo en forma de hábitos saludables.

Nuestra mente es una sola y vive en la continuidad, separar el trabajo y la vida personal es anecdótico para nuestro sobrecargado cerebro. Hay UNA persona con UNA vida rica, diversa, continua y compleja que necesita desarrollar sus recursos para poder manejar con éxito las estresantes demandas personales o laborales. 

Podemos cuidar y sostener el bienestar y la salud a pesar de las múltiples adversidades, cambios e incertidumbres que nos presenta esta vida moderna. Esto se puede aprender y se llama resiliencia

Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco

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